martes, 26 de junio de 2012

El día en que las plazas se quedarán sin corridas de toros

De repente tuve esa visión, no apocalíptica sino idealista, irónicamente estaba en una corrida de toros de  Manizales durante los años 90: César Rincón, Juan Mora y Ortega Cano ¡Tremendo cartel! no recuerdo como se llamaban los toros, todos eran iguales.
Oleee... oleeeee... oleeeeee... oleeeeeeeeeeeee. Toros de Gutiérrez Arango... Hubo  espectáculo en todos los sentidos, dos pedidos del indulto que no fueron atendidos, una cornada a Ortega, un picador derribado por un toro, lluvia y paso doble ¡Qué tarde aquella!, cuantos chorros de sangre, incluyendo el que eyectaba la pierna del matador.
Mi mamá estaba a mi lado, pero su incomprensión del asunto sólo la horrorizaba, definitivamente estaba en el lugar equivocado y yo comencé a observar su mirada, tan preocupada por la suerte de Ortega, pero también sumida en la tragedia con cada estertor mortal de los toros luego de que el acero perforaba los pulmones y no sé que otras entrañas.
Los tendidos hasta las banderas atestados de sombreros, ponchos, botas de licor, la banda musical, alaridos y libaciones por doquier. Toda una versión moderna del Coliseo Romano.
"Lógicamente esto no durará para siempre", lo pensé por unos instantes y me pregunté también qué sería de ese escenario dentro de 40 o 50 años y me negué a pensar que esas generaciones fueran a continuar arengando una actividad donde el éxito del show está condicionado en gran medida por la sangre derramada. 
Recordé también una frase a la que sólo puedo aludir hoy, pues no recuerdo el medio ni el autor, según la cual los asistentes a corridas van a ver morir los toros pero con un deseo subconsciente y morboso de ver al toro cornear al torero.
Ni lo uno ni lo otro podía ser justificable. Yo que esa tarde había coreado con el público, los ole, agité pañuelo blanco y bebí en cierta medida, terminé con un enfado que aún no puedo explicar.
Unos años después reconocí a través de mi gran maestro, Sant Rajinder Singh Ji Maharaj, el valor de la vida en todas sus formas; de manera paralela seguía las noticias de los movimientos en contra de la crueldad con los animales, pero sin unirme a ellos, porque de alguna manera celebran "la venganza de los toros" y eso es una contradicción, porque la vida misma es la que necesitamos defender.
Se ha decantado tanto este tema en las últimas dos décadas que plazas históricas como la de Barcelona ya no aceptan la muerte de los toros, la administraciones de Bogotá y de Medellín han ido más allá, aunque aún hay una batalla jurídica por adelantar, prohibiendo o mostrando su desacuerdo total con las corridas.
Mucho antes de que los movimientos antitaurismo calaran en Colombia, había llegado a la conclusión de que es sólo cuestión de persistencia y tiempo para que la tauromaquia quede como un fragmento de la historia, algo que le contaremos a los hijos de nuestros hijos acerca de los tiempos en que había un espectáculo que enfrentaba a muerte a un toro y un torero y rara vez ganaba el astado.

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